Abel Albino: "Si alimentamos bien a los chicos, en veinte años somos potencia"
El pediatra Abel Albino dice tener la receta para “quebrar la desnutrición infantil en la Argentina”. Dirige 86 centros de contención y pide ayuda para construir otros 2000 en cinco años. Sus anécdotas con Albert Sabin y René Favaloro.
Sabin y Pelé visitaron Tucumán en 1966, con apenas días de diferencia. El descubridor de la vacuna contra la polio fue recibido por un puñado de funcionarios, dos niños en sillas de ruedas y tres estudiantes de Medicina. El astro brasileño fue ovacionado por multitudes, seguido en caravana por la avenida Mate de Luna y aplaudido a rabiar en el partido del Santos contra un combinado local. Despertaba tanta locura que dos chicos se enterraron debajo de la tribuna el día previo, respiraron por una cañita y esperaron el momento para ver al Rey, así comienza la nota el periodista Pablo Calvo de Clarín.
Testigo de esa época fue Abel Albino, uno de los tres estudiantes que se inclinó para besar las manos del virólogo polaco Albert Sabin: “Le dijimos que lo queríamos mucho y le agradecimos la cantidad de vidas que había salvado. Donó sus derechos de autor a todos los países del mundo para que la vacuna fuera gratuita, una cosa monumental”.
A Albino le llamó la atención el contraste de las dos audiencias: un jugador de fútbol provocaba más atracción que un benefactor de la Humanidad. Sabin no pateó ninguna pelota en ese viaje, pero Pelé sí sorprendió: visitó un lugar emblemático de la pobreza tucumana, el Hospital del Niño Jesús. Habló con los internados, les preguntó si habían comido bien, y demostró que cada uno puede aportar desde su puesto, en la cancha y en la vida.
Ya era médico Albino cuando se encontró con René Favaloro, el cardiocirujano del barrio El Mondongo, que desarrolló la técnica del by pass y también salvó miles de vidas. “¿Por qué nunca ganó el Nobel?”, quiso saber este pediatra joven, nacido en Morón, graduado en Tucumán, especializado en Chile. “Porque otros me precedieron en el camino. Alexis Carrell, galardonado en 1912, ya hacía by pass. Además, le voy a dar un consejo sobre los premios y los reconocimientos oficiales, porque uno un poco se engrupe: mejor, nunca se agrande”, le respondió Favaloro, con un pie apoyado en la pared.
Casi 2,5 millones de chicos de entre 0 y 17 años están bajo inseguridad alimentaria, según cifras de la Universidad Católica Argentina (UCA).
Coleccionaba anécdotas Albino, como la que le contaron sobre otra eminencia, Luis Agote, el primer investigador del mundo en realizar transfusiones indirectas de sangre sin que se coagulara en el recipiente que la contenía. Resulta que un día fueron a verlo a un hospital: “¿Está el doctor Agote?”, le preguntaron al hombre que limpiaba el techo con lavandina y esmero. “Espérelo allá al fondo, atiende a partir de las nueve”, se escuchó desde lo alto. Faltaba poco, así que aguardaron. A las nueve en punto se abrió la puerta del consultorio: era Agote, el hombre que minutos antes había limpiado el techo, para espantar gérmenes resistentes y desinfectar al máximo el lugar. A Albino le faltaba cruzarse con la historia de un cuarto referente de la medicina, el chileno Fernando Mönckeberg, 20 años mayor que él, dueño de una receta que perseguía la ilusión de quebrar la mortalidad infantil por desnutrición. Albino lo escuchó apenas una hora y media. Y se convirtió en su discípulo.
Hoy, sentado en una sillita de jardín de infantes, con empanadas de por medio, Albino recibe a Viva en un centro de nutrición de Rincón de Milberg, un lugar de la provincia de Buenos Aires lleno de sauces cimbreantes, que de a ratos dejan ver el sol y, de a ratos, la pobreza. El país que durante los distintos gobiernos no ha logrado calmar a la multitud de más de dos millones de niños acechados por la inseguridad alimentaria “Con lo que sale una superbomba en Estados Unidos, yo puedo solucionar la desnutrición infantil en la Argentina”, asegura este médico de 70 años, cabeza de la Fundación CONIN (Cooperadora para la Nutrición Infantil), que ya sacó adelante a 16 mil niños, ayuda en la actualidad a cinco mil más y quiere extender su acción solidaria a todo el país.
El origen de la vocación. Albino nació en Morón en 1946. Su padre, que también se llamaba Abel, era un industrial que en invierno se asomaba en cuero por la ventana y gritaba: “Vengan a mí, neumonías”. Y la mamá renegaba del pequeño Abel, inquieto, hiperquinético: “Sos el tábano que me mandó Dios para mantenerme despierta”.
Católico, hincha de Boca, primo de Hilario Cuadros, el letrista de la cueca sanmartiniana Los sesenta granaderos, Abelito se imaginó alguna vez como vendedor de autos. Pero cuando lo dijo en voz alta, el padre se sacó el reloj, los anteojos, y lo corrió por toda la manzana, para “convencerlo” de que no abandonara Medicina. Las mujeres del barrio le gritaban: “Corré, nene, corré”. Y la mamá rezaba.
El papá nunca llegó a alcanzarlo, pero desde entonces le marcó el paso.
En las noches siguientes, el hombre se asomaba a su cuarto, libraco en mano, y le preguntaba: “¿Necesitás otro cursillo de orientación vocacional?”.
Una vez recibido en Tucumán, Abel compró un pasaje en avión para viajar a Italia y perfeccionarse en Unidad de Terapia Intensiva, la novedad médica de ese momento. Pero el papá le rompió el pasaje, lo tiró al suelo y le saltó varias veces encima. “Allá te vas a encandilar, vos tenés que ayudar a tu país, acá hay hambre y miseria. Tenés que dar una mano acá”, lo intimó. Y entonces se anotó en una beca de la Organización Mundial de la Salud (OMS), para capacitarse en Chile, y cuando parecía que se la otorgaban, porque tenía mérito académico, se la denegaron, porque una disposición nacional impedía a los médicos del interior salir del país. “Tuve entonces el apoyo incondicional de mi familia y me fui igual, a otro hospital, con la Beca Papito, porque fue mi papá el que financió la aventura”, recuerda el doctor, rodeado de voluntarios que lo escuchan con atención.
El 42% de los niños y adolescentes viven en casas sin cloacas ni acceso a la red de agua corriente.
Cuarenta y cinco años después del inicio de su carrera, Albino sigue buscando fondos, pero esta vez para sostener y ampliar su obra, que consiste en alimentar y contener a mujeres embarazadas y a sus hijos desde que nacen hasta que cumplen cinco años. “Es la primavera de la vida, el momento crucial en que se forma el cerebro. Luego vendrán el verano, el otoño y el invierno, pero ese momento inicial es clave para apuntalar el destino de esa persona, de su familia, y del país en el que va a crecer”, advierte el pediatra, que aspira a conseguir el apoyo de miles de donantes, pequeñas pero constantes sumas de dinero, que le permitan multiplicar los centros de nutrición infantil por el país y que su método sea apoyado por una política de Estado. Hoy, Conin tiene 6.400 socios y mantiene 86 centros de nutrición en el país.
¿Por qué dice que la desnutrición también es afectiva?
Yo sostengo que no solo de pan vive el hombre. El niño necesita un traguito de leche y un beso. Si yo no lo beso, no le acaricio el cachete, no le canto El payaso Plim Plim, no estimulo su imaginación y no exacerbo su curiosidad, no lo engancho con la vida. Ahora, si le hago hacer tortitas, le narro el cuentito de Juan Grillo, el adivino, se enloquece de contento. El niño necesita como el aire el estímulo amoroso y frecuente. Por eso necesitamos a la familia. Por eso en Conin estimulamos a las familias, que deben ser tratadas como un Patrimonio de la Humanidad.
¿Qué ocurre cuando eso no sucede?
Cuando los niños se crían en un ambiente hostil, chato, sin colores, sin música, sin alegría, con figuras paternas o maternas desdibujadas o ausentes, no alcanzan a desplegar su potencial genético, porque ese ambiente no les permite cablear el cerebro, algo que sucede fundamentalmente en el primer año de vida. En ese primer año, el cráneo tiene 35 centímetros y crece un centímetro por mes, hasta alcanzar 47 centímetros al año. Ese crecimiento no se repite jamás, es ahí o nunca. Al año y medio se cierra la fontanela anterior y el cráneo es una unidad sellada. Cuando un funcionario dice “la damos leche a partir de los cinco años”, ya es tarde.
¿Por qué considera que un centro de nutrición es más importante que un hospital?
¿Qué es mejor, hacer una baranda al borde del precipicio o construir un hospital al final del abismo? Mejor es la baranda en el precipicio. Mientras más segura sea esa barrera de contención, que es la atención primaria, menos vamos a necesitar el hospital. Yo antes pensaba al revés, pero con los años me di cuenta de que estaba equivocado. Mientras mejor sea la medicina en un centro de salud, menos chicos llegan al hospital, porque esa diarrea no termina en deshidratación, y esa bronquitis no termina en neumonía, y esa otitis no hace un cuadro meningeo. Entonces, necesitamos prevención, prevención, prevención. El hospital es para casos agudos, no para desnutridos, que son cuadros crónicos. Un funcionario del norte argentino me decía: “Doctor, usted está equivocado, ese chico no se ha muerto de desnutrición. Mire lo que tenía: meningitis, tuberculosis, septicemia y neumonía”. Y yo le expliqué que era desnutrición, porque el niño canceló el programa de defensa y el programa de bomba de sodio. El chico desnutrido está en peligro en el hospital general. Además, una cama en un hospital cuesta entre 300 y 400 dólares diarios, mientras que la ayuda que puede brindar un centro de recuperación nutricional sale muchísimo menos.
¿Qué secuelas deja el hambre?
Por ejemplo, afecta el vocabulario. Una investigación de hace 45 años del doctor Mönckeberg detectó que en pobreza extrema los padres manejan 180 palabras, de las 12 mil a 15 mil que maneja cualquiera de nosotros diariamente, de los 85 mil vocablos de la lengua más usada. Y que los niñitos de esos padres utilizan sólo 40 palabras. De ahí los altos índices de deserción escolar y repitencia. Van a la escuela, pero repiten y repiten.
Entre los 0 y los 5 años aumenta el riesgo de desnutrición crónica.
Usted suele destacar a Chile como ejemplo por la intensidad de su lucha contra la desnutrición, ¿por qué cree que no sucede eso aquí?
Porque en Chile hubo voluntad política, se encolumnó la gente detrás de esta idea de alimentar y cuidar a la primera infancia. Al profesor Mönckeberg se lo respetó desde la época de Salvador Allende hasta hoy, fue una política de Estado de hecho. Él se dio cuenta de que el problema de Chile, y de América Latina, es el recurso humano dañado por la miseria, la pobreza y la injusticia. Un país se hace con miles de niños leyendo. Pero para leer y escribir hace falta tener un cerebro sano. Por buena que sea la semilla de la educación, la pregunta es: ¿dónde la siembro? Mejor en un cerebro intacto, que es el que ha sido bien alimentado y bien estimulado. Tenemos que insistir en que esto sea una política de Estado.
¿Cómo? ¿Cuál es la fórmula?
Si nos acompaña el Gobierno y pone cloacas, no hay parásitos; y si tenemos agua corriente, no hay gastroenterocolitis; y si tenemos agua caliente y luz eléctrica, mejora la higiene. Y si el Gobierno nos permite hacer que cada niño reciba desde el momento de su nacimiento en adelante una caja de leche por mes, y cada mujer embarazada y nodriza cuente con cuatro cajas de leche por mes, salimos como una flecha. Si preservamos el cerebro, luego educamos, y simultáneamente se mejora la infraestructura del hogar, seremos potencia en 20 años, lo firmo y le pongo el sello.
¿Qué eco ha encontrado?
Por primera vez nos ha convocado un presidente de la República, Mauricio Macri. Y por primera vez hemos firmado un convenio con la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, que posibilitará la apertura de 10 centros de prevención y tres de recuperación para casos severos de desnutrición. Creo que estamos en una instancia interesante, pero tenemos que insistir en que esa línea se mantenga en el tiempo para que sea exitosa.
La pobreza, ya marcada durante el período kirchnerista, volvió a crecer en esta etapa del macrismo, que incluso usó en campaña el eslogan de la “Pobreza Cero”, relativizado apenas empezó a gobernar. ¿Alcanza con las palabras?
Esa frase es una expresión de deseos. Por otra parte, si usted clava los frenos de un auto, por más que sea nuevo o de alta gama, igual se arrastra diez metros. Y si usted lo clava y lo quiere hacer dar vuelta, eso lleva un tiempo. Entonces, salir en otra dirección, nunca se logra por una maniobra brusca, instantánea. La intención es buena, pero eso no se consigue en un pin pan pun, lleva una inercia.
¿Por qué no prenden masivamente programas como la supersopa?
Porque eso ya está inventado. La leche es la supersopa, es espectacular, la hizo Dios.
¿Cuáles son sus planes a mediano plazo?
Necesitaríamos 4.000 centros de nutrición para solucionar el problema, pero yo me conformo con hacer la mitad en los próximos cinco años. Con 2.000 nuevos centros vamos a dar una mano muy importante al país, ojalá nos ayuden los donantes. Preferimos muchos que aporten poco dinero, el equivalente a una caja de leche por mes, tan solo eso. Porque es mejor que tener un solo contribuyente, que de un día para el otro se puede ir y dejar tambaleando el proyecto.
Entre los seis y los doce años la desnutrición impacta en el rendimiento escolar.
Entre caballos y leyendas. El doctor sigue la ronda. Llega a un centro de atención que está en el Tigre, en una calle poblada de carros y caballos, perpendicular al paredón de un country. Las dos realidades argentinas conviven apenas separadas por un muro.
Allí, las madres comparten mates y sus hijos están prendidos a mamaderas. Albino se sienta con ellas, las escucha, les hace chistes, les da consejos para mejorar la alimentación en el hogar. Y les habla de la importancia del cariño.
“¿Creen en los ángeles? Yo sí. Un día, una auxiliar de enfermería le dijo a un importantísimo doctor que de noche le sacaba todas las agujas que él ordenaba ponerle a un niño desnutrido, para suministrarle suero y medicamentos. Y que ella aprovechaba que no había médicos cerca para acariciarle las manos, darle ánimo, cantarle canciones de cuna. Y fue así que el chico mejoraba y mejoraba, con suero de día y mimos de noche. Esa mujer, increíblemente, no volvió a aparecer, nadie sabía cómo se llamaba, ni la tenían registrada, y se esfumó de un día para otro con la misión cumplida. Linda historia, ¿no? ¿Y si hubiese sido real?…